Una de las cosas que más me gustan del verano, son las siestas, aunque no me gustaron siempre… fue a la hora de la siesta, que yo de niña empecé a leer.
Cuando íbamos en verano al campo del abuelo, la hora de la siesta era sagrada, el abuelo y el tío se levantaban muy temprano para trabajar, así que tenían que hacer la siesta, y pobre de nosotros, que hiciéramos ruido. Para mi hermano, para primos y para mí, ese rato era una tortura, de hecho a veces hasta nos dormíamos del aburrimiento. Nos mantenían dentro con la amenaza de que no se podía salir porque a esa hora salían los lagartos. Los lagartos eran muy fuertes te corrían y pegaban con la cola.
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